Hubo un tiempo en que los cencerros de Pelahustán sonaban más fuerte que las campanas. Eran los tiempos en los que los Moharraches, esa cuadrilla de sacos, cencerros y jaleo, traían de cabeza a curas y alcaldes. Luego vinieron las prohibiciones, los silencios, el olvido…

Pero resulta que no. Los Moharraches han vuelto, y lo han hecho con la fuerza de las cosas que nunca mueren del todo. La conferencia de David Morales —historiador, investigador y, desde hoy, cómplice oficial de la resistencia moharracha— lo demuestra: los Moharraches no son una excentricidad local, sino una pieza más de ese gran rompecabezas que son las máscaras de invierno.

En su charla desfilan perros de Santa Ana, jumbarraches de La Iglesuela, vaquillas trashumantes, harramachos de Navalacruz, machurreros de Pedro Bernardo…

Todos diferentes, todos parecidos. Todos, en el fondo, herederos de un mismo rito: meter ruido para ahuyentar el invierno, para empezar de nuevo, asustar a niños y mayores, porque la vida, sin un poco de susto, se hace aburrida.

Los Moharraches son también hijos de una historia ganadera. Los cencerros que hoy resuenan en la plaza son los mismos que guiaron rebaños por las cañadas y cordeles que atraviesan estas sierras, recordando que este territorio se forjó al ritmo de la trashumancia y de la vida pastoril.

La advertencia final es clara: los Moharraches no son un atrezo ni una postal folclórica. Son la lucha de un pueblo por recuperar su memoria, por plantar cara al olvido y decir que aquí seguimos, que no nos resignamos a desaparecer. Cada cencerro que suena en Pelahustán no es solo ruido: es la voz de generaciones pasadas que vuelve a hablar en presente.

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