Pelahustán fue “tierra de acogida” para niños y niñas de la Inclusa de Madrid; durante más de 60 años sus calles se llenaron de criaturas que pasaron su primera infancia allí y que hoy recuerdan a su familia de crianza que les cuidó con cariño, en esa tierna edad en la que somos más vulnerables. Las mujeres de estos pueblos se convirtieron en sus madres, les dieron de mamar, les criaron, ellas eran nuestras abuelas y bisabuelas y crearon lazos familiares que, en muchos casos, pervivieron durante toda su vida.

A finales del s. XIX más del 90% de los niños llevados a la Inclusa de Madrid morían en los primeros meses de vida, sin leche materna, en un momento en el que no existían biberones y sobrevivir era algo extraordinario, en una institución que se mantenía de la caridad, insalubre y con escasos medios. Años después, la infancia comenzó a verse como un objetivo primordial para el Estado. Eran los hombres y mujeres del mañana, había que protegerlos y educarlos. La crianza en las zonas rurales se convirtió en la solución más idónea, eran medios naturales y saludables, por lo que, el envío de estos niños a los pueblos de la provincia de Toledo se convirtió en una práctica que permaneció durante más de 60 años.

Durante años he investigado la crianza de los niños de la Inclusa de Madrid en los pueblos de la provincia de Toledo recogiendo múltiples relatos y testimonios. Muchas son las historias que se recuerdan en Pelahustán, algunas tristes, pero todas nos remiten a esa tierra de acogida. Allí llegó, el padre de Jesús, su familia le acogió y cuando le tuvieron que devolver a los 6 años, su madre Zoila no hacía más que llorar, se fue a Madrid y lo trajo de vuelta, se crio con ellos como un hijo más. La madre de Felipe dio el pecho a su hermana Pilar, con ellos vivió hasta los 10 años, hoy sigue y seguirá siendo su hermana. Felisa nos recuerda a su hermano Miguel que murió hace unos años, pero para ella era su hermano y para él Felisa era su hermana, su familia. Isabel recuerda los nombres de sus hermanos, a Angelines, a Luis que le gustaba tanto bañarse y todavía le duele acordarse del momento en el que había que devolverles a la Inclusa, en septiembre siempre, en el momento de la vendimia. A Cristóbal le devolvieron a la Inclusa, pero seguían visitándole y llevándoselo al pueblo en las vacaciones. A los 12 años ya no volvió al Colegio de San Fernando, se quedó con sus padres y aquí sigue con su familia.

Para intentar entender lo que la presencia de “incluseros” ha significado para Pelahustán, solo dos datos, uno es que esta pequeña historia se remonta al año 1906, cuando llegan los primeros niños en acogida, y el segundo es que estamos hablando de más de seiscientas personas criadas en sus primeros años en nuestro pueblo a lo largo de seis décadas.

Son parte de los relatos que se entrecruzan conformando nuestra historia, la de nuestro pueblo, la de nuestro país, una historia de mujeres, de niños, de pobreza y de entrega, que nos hace sentir orgullo de ellas, nuestras abuelas que criaron a todos sus hijos, a los que parieron y a los que llegaron, además de hacer otra infinidad de tareas.

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