Pelahustán, rincón entre tres provincias, es tierra quebrada y áspera, llena de colinas, lomas y pequeños cerros coronados de grandes peñascos “que sirven como estribos a la tierra”: Riscos de la rotura, de las Cuevas, Cerros del Águila, Pinilla, Poyal, Rosal, Bachiller, Belvás, Sastre, Tomás, Cerrillo Antonio, Loma de Navafraez, El Porteruelo, … salpicado de pequeños valles, abundantes en pastos y por tanto en caza, atrajeron desde los primeros momentos al hombre para desarrollar su vida.  Los primeros Pelahustaneros de los que tenemos referencias deambulaban por estos lares en busca de comida hace, nada más ni nada menos, que 20.000 años, dejándonos como testigo sus herramientas de caza hechas de piedra.

Las cañadas ganaderas remontan a tiempos prerromanos el trasiego de ganado entre los pastos de verano del norte y los más cálidos invernaderos de las dehesas del sur.  Los vetones, fueron un pueblo de de pastores trashumantes que utilizaron ya estas cañadas, a ellos pertenecen los llamados verracos, esas peculiares esculturas zoomórficas en piedra que encontramos por toda la comarca y representan toros, cerdos, carneros. Más tardes, estas vías pecuarias llevarán los grandes rebaños de merinas cuando el poderoso y Honrado Concejo de la Mesta organice este antiquísimo aprovechamiento de los pastos.  El Cordel de Merinas que pasa por Pelahustán une dos de las grandes autopistas pecuarias: la Cañada Leonesa Oriental y la Cañada Segoviana, ambas discurren vecinas a este término.

De la etapa de dominio romano permanece como testimonio la leyenda de Viriato, mítico e ilustre caudillo lusitano, pastor y bandido, convertido en héroe de la resistencia contra Roma. Viriato en el transcurso de las Guerras Lusitanas se refugia en el santuario del Mons Veneris (Monte de Venus), que se identifica con algún punto, aún por determinar, de esta sierra, monte sagrado y poblado de olivos, dedicado a la divinidad femenina indígena. Aquí sin poder ser atacado, descansará y reorganizará sus huestes, sirviéndole como cabeza de puente para lanzar una importante ofensiva contra sus enemigos.

Los cristianos arrebatan militarmente este territorio a los musulmanes cuando el rey Alfonso VI “el Bravo” toma en 1083 Talavera, Maqueda y Escalona.

Pero el lugar era peligros e inseguro, sometido con frecuencia a los ataques de los almohades, de hecho una terrible avalancha saqueará estas tierras en 1196.  Por esta razón la repoblación no se hace efectiva hasta mucho tiempo después, en torno a mediados del siglo XIII. Serán gentes llegadas del Concejo de Ávila de los Caballeros los que se asienten y funden el primitivo caserío que dará lugar al actual pueblo.  Su propio nombre Pelahustán, topónimo vinculado a nombre de persona, antropónimo, nos recuerda este hecho (hasta mediados del siglo XVI aparece en los escritos como Pera Hustán). Al ser aldea aneja a la villa de Escalona tendrá dependencia histórica del señorío de su ducado pero el vínculo geográfico la encuadra en la Comarca de la Sierra de San Vicente.

En época de Alfonso XI, 1340, aparece en una de las primeras descripciones de los pagos de Pelahustán, en su Libro de la Montería: “es todo un monte, et es bueno de osso en invierno. Et son las bozerías, la una desde el Collado del Águila, por cima de la cabeza del Águila et por la cumbre toda fasta las navas asomantes a la Higuera, et otra vocería desde este collado, por el camino  de las Radas, fasta el robledillo de Nuño Fortún”.

Al ser aldea o lugar de jurisdicción de Escalona dependía directamente del Corregidor de aquella población. Por eso Pelahustán da un paso importante cuando consigue la independencia, se hace villa en 1635, el rey Felipe IV le concede el privilegio de villazgo en 18 de mayo de este año.  Lo que significaba jurisdicción propia y por tanto prerrogativas: un alcalde con competencia civil y criminal y poder coloar la típica picota en su término municipal, símbolo más conocido como rollo, que aún podemos contemplar de pie.  Tenía como Justicias dos alcaldes ordinarios, iguales en jurisdicción, dos regidores, un procurador y un escribano de ayuntamiento.

En el siglo XIX, concretamente en 1833, año en que hace las actuales divisiones provinciales Javier de Brugos, queda incluida en la provincia de Toledo y enclavada en el partido judicial de Escalona.

Los vecinos de Pelahustán se han dedicado tradicionalmente a la agricultura y la ganadería. Todos labradores o trabajadores jornaleros, salvo dos o tres hidalgos para los que trabajar era una deshonra y vivían del cuento y del apellido.  Tierras de poco llevar, las producciones eran la mayor parte centeno, poca cebada, trigo malo y garbanzos.  De hecho los campesinos se veían obligados a salir a labrar en otras jurisdicciones vecinas.  También aceite y vino, que aunque se produce en poca cantidad, siempre reflejan los viejos papeles que es de muy buena calidad. Destacar los árboles frutales que en los huertos junto a las casas “hacen muy buena vista”:  moreras, peros, ciruelos, higueras, melocotones, albaricoques, granados, pero sobre todos guindos y cerezos cuyos frutos se vendían a arrieros de fuera que luego despachaban al por menor en el valle.

En cuanto a la ganadería señalar la importancia del ganado de labor, sobre todo bueyes y vacas, también ganado lanar, cabrío, sin olvidar el de cerda esencia para el consumo familiar tras la tradicional matanza.

Los ingresos de la agricultura y la ganadería se complementaban con una industria de mucho arraigo en Pelahustán: la industria textil. Se dedicaba el vecindario a la cría de gusanos de seda, un dato curioso: criaban los gusanos con hoja de moral, pues había en el término plantadas pocas moreras y solo usaban las que tenían de ellas para “avivarlos”. Se hilaba la seda en el pueblo y la vendían a los ceclavineros, cacereños tratantes en este producto, que venían por ella más tarde, ya en el siglo XVIII, se bajaba a la fábrica de sedas que se abre en Talavera.  La transportaban los cosecheros a lomo de mula en un delicado viaje ya que si caía de la caballería y se manchaba el capullo ya no servía para la labor. También el lino es un producto tradicional y muy antiguo, se cultivaba en las márgenes de los numerosos arroyos que bañan el término: Arroyo de la Hoya, de la Rotura, de la Vega del Santo, del Valle, del Canalón, de la Parra, Pulido.  Contaba la población con tres tornos de hilar lino que luego transformaba en los antiguos telares de lienzo y estopa que tenían algunos tejedores del lugar.

Siempre hubo uno o dos molinos de aceite de la población y dos o tres harineros enclavados en la confluencia de los Arroyos de la Chorrera y de la Nava, molinos de poco aguante, nos dice un cronista irónico, que en los meses de invierno lluvioso hacen muy buena harina, “moliendo en los demás del tiempo sólo la paciencia de su dueños”. Aun apreciamos las ruinas del Molino de Andrés y del Molino de la Capellanía.

Se surtían las aguas potables en fuentes inmediatas al caserío, todas con caño y pilón, abundantes y de excelente calidad: destacar las Fuentes de la Tarica, Barbera, del Pradejón, pero sobre todo la Fuente del Terrero, inmediata a la población, que era considerada medicinal, sus aguas cristalinas, delgadas y muy frescas, abrían las ganas de comer y en este concepto mandaban los barbero-cirujanos que se dieran para refrescar y fortalecer a los enfermos a toda la comarca.  Además el paraje se convertía en un agradable y concurrido paseo de verano.

El árbol más conocido en la actualidad es la encina del Tesoro que se levanta en el Cordel de las Merinas. Sin embargo el ejemplar que fue pasmo de viajeros que se acercaron al pueblo en la antigüedad era el Roble del Prado de la Nava, de 24 varas de altura y otras tantas de circunferencia, “tan poblado de gruesas ramas que siendo un árbol solo hace a la vista que figura de un monte por la que tiende y por las que suben a formar la copa”.

Pelahustán era un lugar sano ya que las enfermedades hacían pocos estragos para la altísima mortandad de la época en otros lares, el párroco don Servando Fernández Blanco a finales del siglo XVIII señala con indisimulada sorna como esto se debe a que el pueblo “goza de un clima benigno, tiene aguas cristalinas y, sobre todo, que no hay médico” Las dolencias más comunes que sufrían los Pelahustaneros eran: Tabardillos (tifus), carbuncos (transmitida por el contacto con los animales), hidropesías, garrotillos (difteria, enfermedad que atacaba especialmente a los niños con inflamación de la garganta y ahogo), viruelas. Lo más grave y común eran las denominadas fiebres tercianas, cuartanas, no es otra cosa que le paludismo: una calentura intermitente, que repetía al tercer día, o cuarto día y consumía entre escalofríos, calor y sudores, a sus antepasados. Apenas se podía combatir con refrescos, sangrías y purgas y en el mejor de los casos con quina.  Por fortuna lejos quedan aquellos años del siglo XIX en que en la documentación aparece una terrible frase: “en Pelahustán se padecen calenturas gástricas producidas por el excesivo trabajo y no muy buenos alimentos”.

La Iglesia parroquial, bajo la advocación de San Andrés Apostol, ha sufrido muchas modificaciones que no han disminuido por ello su carácter monumental, siendo uno de los templos más espectaculares de toda la Sierra. Destaca la portada meridional, de la primera mitad del siglo XVI y la maciza torre de campanas de sillería de granito. Fue templo anejo de la parroquia de Nombela hasta que en 1778 el arzobispo de Toledo, Francisco Antonio Lorenzana, lo convirtió en parroquia matriz.

En ella hay una capilla desde antiguo donde, nos dicen las crónicas, “se venera una imagen muy devota y milagrosa de Cristo Crucificado con el nombre de la Esperanza a cuia fiesta se celebra el 14 del mes de septiembre concurre innumerable gente, no sólo de este ducado de Escalona sino también de toda su circunferencia, tierra de Talavera, tierra de Toledo y tierra de Ávila”.

La fiesta religiosa traerá de la mano la feria, la famosa feria de septiembre de Pelahustán, así aparece en la documentación, la más importante y concurrida de toda la comarca. Se levantaban tiendas con toda clase de mercadurías pero sobre todo abundan las especializadas en lino, dando a la plaza y calles adyacentes en colorido, algarabía y movimientos espectacular. Vendedores pregonando sus mercancías, compradores, músicos, titiriteros, ciegos oracioneros, pillos, vividores, distraedores de bolsas ajenas, busconas, frailes vendedores de bulas, patrullando cuadrilleros de la Santa Hermandad, importante institución dedicada a perseguir golfines y bandoleros.  Es la primera policía rural de Europa y antecedente directo de la Guardia Civil de la que hereda el uniforme verde y el refrán: “a buenas horas mangas verdes” (siempre llegaban tarde). Todo sazonado con la confusa mezcla de olores y sabores que brotaban de los tenderetes.

En 1745 nos encontramos en la feria con un curioso personaje, Francisco Valdivieso, alias “Cuca”, vecino de Carmena, que acompañado de José Díaz Tejedor, vecino de Guadalupe, se hospeda a cuerpo de rey en la taberna – mesón de Antonio Casilla en esta villa. Recorre los puestos del mercado y en ellos compra diferentes productos, un cuarterón de queso, calzado, ropa … En todos ellos paga con dos reales de plata. Los mercaderes le devuelven el resto confiados.  Una avispada quesera de la sierra después de mirar y remirar la moneda, la raspó y cual sería su sorpresa cuando debajo apareció un ochavo de cobre nuevo “por presto que quiso buscarles se escondió entre el concurso de la feria”. Pone en conocimiento el suceso a los cuadrilleros de la Santa Hermandad que detienen al sospechoso y le descubren “una punta de un asta güeca tapada con un corchito y en ella tres sortijas, dos cuartos de cobre revueltos en azogue que está desleído en una untura”. Con este sencillo laboratorio habían dejado sembrada la comarca de monedas falsas de plata. Son condenados a varios años de cárcel y destierro perpetuo de la villa y doce leguas en su contorno.

También llegaban timadores con puestos de juegos primitivos, Diego de Paz, Alcalde de Pelahustán, a finales del siglo XVIII, dando vueltas a la feria y estando en la plaza descubrió un gran corro de gente, arrimándose vio una mesa con juego de bolas y boliches, ruedas de la fortuna, bolillos, trompicos, leo textualmente “Robando por este medio a los vecinos que incita un compañero disimulad que contra de no serlo, juega y hace le gana crecidad cantidad de marevedís para cebar a los lo miran”. Manda detener al responsable que es Pedro de Rivera, famoso bolichero, natural de Sevilla, que había aliviado los bolsillos de muchos serranos.

Pelahustán en la actualidad es un pueblo dinámico, emprendedor, que ha sabido buscar en otras actividades el progreso económico y social a base de tesón y trabajo y que sobre todo mira al futuro con optimismo, ilusión y proyectos. Este pregonero desea de todo corazón que se cumplan.

Pero el día es de fiesta y la fiesta alegría. Tradicionalmente Pelahustán ha sido pueblo alegre, acogedor y festero, el antiguo romance de la sierra nos lo recuerda, dando origen al cariñoso mote de sus habitantes, “Cuclillos” o “Cuclillanos”:

En Cenicientos son jaques,

les gusta montar en yegua,

y en Pelahustán Cuclillos

que cantan en primavera.

En Navamorcende hay brujas,

en el Real Hechiceras,

en Almendral Fanfarrones,

ei tienen cuatro cerezas,

Y en la Iglesuela, porqueros

que, al recoger los ganados,

aúllan en montanera.

Nos espera la pólvora, verbenas y bailes, la alegría y el color desbordante de las incansables peñas, la proclamación y coronación de las bellas reinas, mister y damas de honor, refrescos y convites, juegos y competiciones, pasacalles, y cómo no! Toros, toros y toros (calidad y cantidad), sin duda no hay mejor afición en toda la sierra.  También misas, novenas y procesiones, pero sobre todo el reencuentro con amigos y familiares y el clamor de regocijo. Compartamos la diversión, contagiémonos el gozo y con permiso de vuestro alcalde os grita:

¡Pelahustán a la fiesta! ¡Viva el Cristo de la Esperanza! ¡Viva Pelahustán!

Ángel Monterrubio Pérez, Pelahustán, 12 de septiembre de 2000

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